sábado, 30 de julio de 2011

De amore libri II

Pues bien, de manera que nos habíamos quedado en el tema del amor, y entonces señalé que uno de mis graves errores fue aprender el amor de los grandes poetas y de las grandes tragedias operísticas y literarias. 

Lo que NADIE me dijo nunca es que ese amor de los poetas era como un bálsamo enfrascado cuyo aroma se evapora luego de abrir la tapa; que esa maravillosa esencia que nos embriaga, pero que no podemos dejar de oler, eventualmente, en algunos casos, se convierte en el hastío --y, quizá, la náusea-- que nos provoca un perfume muy fuerte concentrado en el pequeño espacio de un ascensor en una mañana en ayunas. En casos menos graves se disipa el olor hasta quedar del todo obliterado. Es ahí que comienzan los problemas. Y es precisamente por eso que los amores de Romeo y Julieta, Calisto y Melibea, Tosca y Mario, entre tantos otros, perduran por siempre: porque todos ellos murieron en el clímax de su intensidad. 

Pero no hay por qué extrañarse. (La soledad sirve muchas veces para revelarnos epifanías sublimes y poderosas). Si analizamos aunque fuere un poco el comportamiento de nuestra especie, podemos observar en seguida que los seres humanos tenemos ciclos en que cambiamos de amistades. Claro que hay algunos que sobrepasan los obstáculos que nos tiende el tiempo, pero son los menos --esos poquísimos que serán para el resto de la vida --. Sin embargo, un gran puñado de éstos quedará en el recuerdo cariñoso y en un rememorar viejos tiempos cuando se encuentran o se reúnen. En la mayoría de los casos, no es falta de cariño, sino que las vidas nos llevan por derroteros distintos, nuestros intereses cambian, nuestro plan vital. 

Una amiga muy sabia me confirmó a través de un comentario genial algo que yo intuía hacía algún tiempo: que para que la pareja prevalezca fuerza que ambos tengan el mismo plan de vida, de lo contrario, querrán caminar rumbos distintos, o, peor aún, uno de los dos sacrificará sus sueños por el otro. Lleva razón. Sin embargo, hay que añadir algunos puntos. 

Si volvemos a la metáfora del perfume, cuando éste se disipa queremos volver a experimentar su olor con la misma intensidad que cuando recién untado. (Peor aún, si ya nos hastía, queremos cambiarlo). Así pues sucede con la intensidad que se siente cuando estamos estremecidos por el enamoramiento: llega el momento en que ese ímpetu se desvanece y entonces buscamos nuevamente aquella sensación que hace que los poetas escriban sus "Barcarolas"... En muchísimos casos es el terrible momento de la infidelidad, porque ya no hay manera de recrear ese sentido de urgencia y añoranza; la relación ha pasado a la burda cotidianeidad. 

Por mucho tiempo pensé que Virgilio tenía razón al declarar: OMNIA VINCIT AMOR, es decir, el amor vence todas las cosas. (Volvemos a los poetas en el momento del ímpetu y la urgencia). Desafortunadamente el tiempo me ha enseñando que el célebre poeta romano se equivocaba. Hay atolladeros que el amor no puede sobrepasar. ¿Y entonces? Pues a ello volveré en algún momento...

PD. Para los que no lo conozcan, el Poema "Barcarola" de Pablo Neruda. Para quienes lo conozcan, nunca está de más la buena poesía, aunque nos haga pedir del amor lo que muchos seres humanos no están dispuestos a dar.

"Barcarola" - Pablo Neruda

Si solamente me tocaras el corazón,

si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca, tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha roja
allí donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,
sonaría con un ruido oscuro,       
con sonido de ruedas de tren con sueño,
como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas quemando el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de puerto triste,
si tú soplaras en mi corazón cerca del mar,
como un fantasma blanco,
al borde de la espuma,
en mitad del viento,
como un fantasma desencadenado,       
a la orilla del mar, llorando.

Como ausencia extendida, como campana súbita,
el mar reparte el sonido del corazón,
lloviendo, atardeciendo, en una costa sola:
la noche cae sin duda,
y su lúgubre azul de estandarte en naufragio
se puebla de planetas de plata enronquecida.
      
Y suena el corazón como un caracol agrio,
llama, oh mar, oh lamento, oh derretido espanto
esparcido en desgracias y olas desvencijadas:
de lo sonoro el mar acusa
sus sombras recostadas, sus amapolas verdes.
      
Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por el día muerto,
frente a una nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en mi corazón de miedo frío,
soplaras en la sangre sola de mi corazón,
soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus negras sílabas de sangre,
crecerían sus incesantes aguas rojas,
y sonaría, sonaría a sombras,
sonaría como la muerte,
llamaría como un tubo lleno de viento o llanto,
o una botella echando espanto a borbotones.
      
Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
y la lluvia entraría por tus ojos abiertos
a preparar el llanto que sordamente encierras,
y las alas negras del mar girarían en torno
de ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.
      
¿Quieres ser el fantasma que sople, solitario,
cerca del mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
su prolongado son, su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas,       
desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.
      
Alguien vendría, sopla con furia,
que suene como sirena de barco roto,
como lamento,
como un relincho       
en medio de la espuma y la sangre,
como un agua feroz mordiéndose y sonando.
      
En la estación marina
su caracol de sombra circula como un grito,
los pájaros del mar lo desestiman y huyen,
sus listas de sonido, sus lúgubres barrotes
se levantan a orillas del océano solo.

lunes, 18 de julio de 2011

De amore


La vida está llena de decepciones, pero la que con mayor crudeza desgaja el espíritu y lo marca indeleblemente es la decepción amorosa.  Nos decía el Capellán Andrés hacia el siglo XII  que el amor supone siempre un sufrimiento innato, aún cuando es reciprocado y “feliz”.






Parecería que en última instancia enamorarse se reduce a idealizar demasiado a una persona. Aparentemente lo supo bien Platón, quien entendía perfectamente que la idea supera cualquier hecho material. Pero antes que Platón, los mitógrafos griegos, quienes crearon a sus dioses a imagen y semejanza de lo que sucedía en la cotidianeidad, sabiamente  apuntaron a algunas realidades del amor que aún somos tan cándidos que no vemos.  Por eso Zeus, su dios principal, fue infiel a su esposa Hera, la diosa del matrimonio, que vivía amargada y celosa, y era la más terrible de todas las diosas (y, créanme, eso es mucho decir).  No intento aquí, sin embargo, puntear la obvia referencia a la alegada promiscuidad natural del género masculino, ni la idea terrible, aunque en muchos casos cierta, de que las mujeres cuando se casan se convierten en sujetos atormentados, fastidiosos e insoportables para sus cónyuges.  Eso sería una tautología simplista. Pretendo, más bien, explorar (en corto espacio, eso sí) que, según lo expresó ya el grupo musical español, Mecano, en su canción “Una rosa es una rosa”, muchas veces “amar es el empiece de la palabra amargura”. 

Durante cientos de años el ser humano sintió la necesidad de escribir tratados complejos sobre el amor. Sin embargo, esa práctica ha sido reemplazada modernamente por la patética necesidad de escribir libros de auto ayuda.  El individuo posmoderno tiene que escuchar de alguien que su vida tiene valor.  Esto es terrible en sí.  No obstante, ya no tenemos a nadie que nos ayude a comprender mejor qué es el amor o cómo puede afectar nuestra vida. De las múltiples personas que conozco casadas, muy pocas hay que no se quejen de sus parejas.  ¿A qué responde esto? 
Suelo pensar que el amor para toda la vida es un concepto que se inventó cuando las personas morían muy jóvenes.  Pero, dada la longevidad que se experimenta hoy día, ¿será esto natural?  Lo cierto es que de no casarnos con el primer amor que experimentamos, seguimos cayendo de decepción en decepción ad infinitum.  Y claro, de hacerlo, la decepción puede ser constante, pues de cada día feliz hay otros tantos de inconformidad, molestia, infelicidad, insatisfacción…Una pareja no es sino el choque constante de dos voluntades, y, por desgracia, siempre uno de los dos —idealmente no siempre el mismo— tiene que ceder a los deseos o aspiraciones del otro.  Si sólo uno de los dos lo hace, éste, ulteriormente, se va desgastando, pues comienza a convertirse en alguien distinto, en algo que no es, en los deseos del otro. El amor debería suponer (como tantos tratadistas lo expresaron cuando aún había alguien que se interesaba por enseñarnos acerca del tema) una rendición del ego, por lo que la palabra egoísmo debería obliterarse completamente de la ecuación.  Pero nuestras voluntades generalmente son más fuertes que el amor.  Cuando se ama, si el amante da todo por el amado y viceversa ninguno de los dos sentirá vacío.  Pero esto raras veces se practica.  ¿Para qué entonces caemos en la trampa si al final nos habrá de destruir? 
Con el tiempo he aprendido que depender del amor para darle sentido a nuestras vidas requiere depender de otra persona, con toda la carga que ello supone. Asimismo, voy calibrando mejor que la vida puede ser solo y completamente llena cuando la llena uno mismo. Es entonces, y solo entonces, que podremos entregarnos completamente al amor desde la libertad de no temer perderlo, ya que el miedo a perder al sujeto amado hace que muchas veces nos sometamos a situaciones que serían inadmisibles en cualquier otra circunstancia. De ser así, de nuevo entonces se va desgastando el ánimo para amoldarse a la voluntad de otro.



Quizá cometí el error craso de leer los grandes poemas de amor, las grandes historias y las grandes óperas como si se tratara de la realidad. Lo cierto es que, bueno, ya veremos…

viernes, 15 de julio de 2011

¿Por qué Medusa?

La mitología griega siempre causa fascinación a quienes se dejan seducir por ella. Según establecen varios autores importantes del tema, cuenta los avatares de una gran familia disfuncional, aunque, por supuesto, divina e inmortal. Los antiguos mitógrafos se dedicaron a darle forma a estos deliciosos chismes que sobrepasan por mucho las intrigas tibias y apocadas de las horribles telenovelas que tanto gustan.



El caso de Medusa es particularmente interesante. Medusa era una de las tres hermanas Gorgonas quien, según cuenta Ovidio, era bellísima en extremo. Uno de sus mejores atributos era su hermosa cabellera rubia y abundante. Por ello, el dios del mar, Poseidón [Neptuno para los romanos] la violó en el templo consagrado a Atenea [Minerva para los romanos], diosa de la sabiduría y de la guerra táctica. Atenea se enfureció de tal manera que convirtió a Medusa en un monstruo: su precioso cabello se transformó en horribles serpientes. De ahí en adelante, el hombre que osara mirar a Medusa se convertiría en piedra. Sin embargo, con la ayuda de Atenea misma, y de Hermes [Mercurio para los romanos], un joven semidiós llamado Perseo (hijo de Zeus y la mortal Danae), decapitó a la desafortunada Gorgona



quien, a pesar de morir, no perdió la capacidad de petrificar, por lo que se convirtió en un arma poderosísima que Atenea adoptó como blasón.



Como se sabe, todos estos mitos grecorromanos fueron difundidos por los poetas, por lo que son profundamente metafóricos. Es por esta razón que Medusa representa muchísimas cosas que iré comentando y descubriendo a través de mis entradas, además de todo lo que implica la imagen serpentina que la representa. Por ahora adelanto que su poder de atracción es tan avasallante que petrifica a quien la mire, por lo tanto, es deseada y temida a la vez; aquello que no podemos dejar de mirar por su extraordinario poder de seducción, pero que, simultáneamente, puede aniquilarnos de golpe. Ambigua y polisémica, su sangre tiene la propiedad de matar y de revivir...



No en balde la diosa de la sabiduría (nada más y nada menos) la escoge como escudo.

La fuerza inspiradora de esta figura, convertida en monstruo por la debilidad masculina, no puede menos que inspirarme a tomarla yo también como símbolo y emblema de este proyecto que ahora comienzo.