Pues bien, de manera que nos habíamos quedado en el tema del amor, y entonces señalé que uno de mis graves errores fue aprender el amor de los grandes poetas y de las grandes tragedias operísticas y literarias.
Lo que NADIE me dijo nunca es que ese amor de los poetas era como un bálsamo enfrascado cuyo aroma se evapora luego de abrir la tapa; que esa maravillosa esencia que nos embriaga, pero que no podemos dejar de oler, eventualmente, en algunos casos, se convierte en el hastío --y, quizá, la náusea-- que nos provoca un perfume muy fuerte concentrado en el pequeño espacio de un ascensor en una mañana en ayunas. En casos menos graves se disipa el olor hasta quedar del todo obliterado. Es ahí que comienzan los problemas. Y es precisamente por eso que los amores de Romeo y Julieta, Calisto y Melibea, Tosca y Mario, entre tantos otros, perduran por siempre: porque todos ellos murieron en el clímax de su intensidad.
Pero no hay por qué extrañarse. (La soledad sirve muchas veces para revelarnos epifanías sublimes y poderosas). Si analizamos aunque fuere un poco el comportamiento de nuestra especie, podemos observar en seguida que los seres humanos tenemos ciclos en que cambiamos de amistades. Claro que hay algunos que sobrepasan los obstáculos que nos tiende el tiempo, pero son los menos --esos poquísimos que serán para el resto de la vida --. Sin embargo, un gran puñado de éstos quedará en el recuerdo cariñoso y en un rememorar viejos tiempos cuando se encuentran o se reúnen. En la mayoría de los casos, no es falta de cariño, sino que las vidas nos llevan por derroteros distintos, nuestros intereses cambian, nuestro plan vital.
Una amiga muy sabia me confirmó a través de un comentario genial algo que yo intuía hacía algún tiempo: que para que la pareja prevalezca fuerza que ambos tengan el mismo plan de vida, de lo contrario, querrán caminar rumbos distintos, o, peor aún, uno de los dos sacrificará sus sueños por el otro. Lleva razón. Sin embargo, hay que añadir algunos puntos.
Si volvemos a la metáfora del perfume, cuando éste se disipa queremos volver a experimentar su olor con la misma intensidad que cuando recién untado. (Peor aún, si ya nos hastía, queremos cambiarlo). Así pues sucede con la intensidad que se siente cuando estamos estremecidos por el enamoramiento: llega el momento en que ese ímpetu se desvanece y entonces buscamos nuevamente aquella sensación que hace que los poetas escriban sus "Barcarolas"... En muchísimos casos es el terrible momento de la infidelidad, porque ya no hay manera de recrear ese sentido de urgencia y añoranza; la relación ha pasado a la burda cotidianeidad.
Por mucho tiempo pensé que Virgilio tenía razón al declarar: OMNIA VINCIT AMOR, es decir, el amor vence todas las cosas. (Volvemos a los poetas en el momento del ímpetu y la urgencia). Desafortunadamente el tiempo me ha enseñando que el célebre poeta romano se equivocaba. Hay atolladeros que el amor no puede sobrepasar. ¿Y entonces? Pues a ello volveré en algún momento...
PD. Para los que no lo conozcan, el Poema "Barcarola" de Pablo Neruda. Para quienes lo conozcan, nunca está de más la buena poesía, aunque nos haga pedir del amor lo que muchos seres humanos no están dispuestos a dar.
"Barcarola" - Pablo Neruda
Si solamente me tocaras el corazón,
si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca, tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha roja
allí donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,
sonaría con un ruido oscuro,
con sonido de ruedas de tren con sueño, como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas quemando el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de puerto triste,
si tú soplaras en mi corazón cerca del mar,
como un fantasma blanco,
al borde de la espuma,
en mitad del viento,
como un fantasma desencadenado,
a la orilla del mar, llorando.
Como ausencia extendida, como campana súbita,
el mar reparte el sonido del corazón,
lloviendo, atardeciendo, en una costa sola:
la noche cae sin duda,
y su lúgubre azul de estandarte en naufragio
se puebla de planetas de plata enronquecida.
Y suena el corazón como un caracol agrio,
llama, oh mar, oh lamento, oh derretido espanto
esparcido en desgracias y olas desvencijadas:
de lo sonoro el mar acusa
sus sombras recostadas, sus amapolas verdes.
Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por el día muerto,
frente a una nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en mi corazón de miedo frío,
soplaras en la sangre sola de mi corazón,
soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus negras sílabas de sangre,
crecerían sus incesantes aguas rojas,
y sonaría, sonaría a sombras,
sonaría como la muerte,
llamaría como un tubo lleno de viento o llanto,
o una botella echando espanto a borbotones.
Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
y la lluvia entraría por tus ojos abiertos
a preparar el llanto que sordamente encierras,
y las alas negras del mar girarían en torno
de ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.
¿Quieres ser el fantasma que sople, solitario,
cerca del mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
su prolongado son, su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas,
desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.
Alguien vendría, sopla con furia,
que suene como sirena de barco roto,
como lamento,
como un relincho
en medio de la espuma y la sangre,
como un agua feroz mordiéndose y sonando.
En la estación marina
su caracol de sombra circula como un grito,
los pájaros del mar lo desestiman y huyen,
sus listas de sonido, sus lúgubres barrotes
se levantan a orillas del océano solo.